Necesidades del hogar pastoral
INTRODUCCIÓN
En este ensayo quiero tratar la necesidad del hogar pastoral, entendiendo por hogar la familia pastoral como aquella familia en la que uno de sus miembros, o el matrimonio, ha sido ordenado al ministerio de pastor. Para desarrollar dicho trabajo plantearé siete consejos o recomendaciones para el pastor y su relación para con su hogar basándome en diferentes ejemplos de las Escrituras referentes a dicha tarea. Por medio de diferentes principios bíblicos y ejemplos prácticos trataré de argumentar cada uno de los consejos que presento.
Todos los textos bíblicos aportados son en la versión Reina-Valera de 1960 salvo que se indique lo contrario.
1. La responsabilidad del llamado
Cuando Pablo comienza a enumerar los requisitos para el pastor a Timoteo (también hace lo mismo con Tito), indica la nobleza de dicho ministerio, «Si alguno anhela obispado, buena obra desea» (1 Ti 3:1), sin embargo, inmediatamente después enumera lo que es necesario para ser pastor: «Pero es necesario» (1 Ti 3:2). De alguna manera el apóstol quiere preservar que la emoción o la ambición por el llamado de pastor den fruto en la iglesia primitiva y, por el contrario, la sobriedad, el buen testimonio, la disciplina cristiana, la ética ministerial y el verdadero llamado de Dios al pastorado sean requisitos para desempeñar dicho ministerio. Alguno de estos requisitos se relaciona con la familia pastoral de forma directa:
1.1. Fidelidad
«Marido de una sola mujer» (1 Ti 3:2). No se aclara en el texto que todo pastor deba ser casado, sino más bien que todo pastor casado debe ser «marido de una sola mujer». Independientemente de la interpretación bíblica que se quiera dar a estas palabras (si un pastor pudiera serlo siendo ya divorciado, etc.), lo que queda claro es que el apóstol apunta a la fidelidad en el matrimonio pastoral. De hecho, en el orden dado por Pablo a Timoteo se encuentra como segundo requisito, nada más comenzar con el listado. Esto no puede ser casual, porque en su epístola a Tito el apóstol ubica exactamente en el mismo lugar de orden dicho requisito. De hecho, parece que después de decir que el pastor sea «irreprensible» (1 Ti 3:2), Pablo indica en qué aspectos suelen ser reprensibles estos ministerios y apunta directamente al matrimonio y después a los hijos. La base de esta fidelidad conyugal el apóstol la desarrolla en Efesios 5 indicando que los maridos amen a sus esposas como Cristo a la Iglesias y las esposas respeten y estén sujetas a sus maridos como la Iglesia a Cristo.
1.2. Enseñanza en el hogar
«Que gobierne bien su casa, que tenga a sus hijos en sujeción con toda honestidad» (1 Ti 3:4), en el caso de Tito se aclara que tipo de sujeción es esta: «y tenga hijos creyentes que no estén acusados de disolución ni de rebeldía» (Ti 1:6), ¿esto quiere decir que un pastor es invalidado como pastor si sus hijos no profesan una fe cristiana? Más bien lo que aquí se está diciendo es que mientras sus hijos estén bajo su responsabilidad, el pastor debe saber pastorear a sus propios hijos. No se podría esperar de un pastor que no sepa pastorear a sus hijos, los cuales tiene a su cuidado todo el tiempo, y que sí sepa pastorear a personas a las que apenas ve unas horas a la semana. Independientemente del encuentro o no con Cristo que cada persona deba tener de forma individual con Dios, el pastor que tiene hijos debe saber pastorearlos y sujetarlos para que su testimonio no los lleve a ser acusados de disolutos o rebeldes. Por si hay duda, Pablo argumenta: «pues el que no sabe gobernar su propia casa, ¿cómo cuidará de la iglesia de Dios?» (1 Ti 3:5). Por eso he titulado este punto la responsabilidad del llamado. Dios no se equivoca al llamar al ministerio. Es el ser humano el que se equivoca en su llamado o simplemente, ha confundido ser llamado cuando no lo fue. Cuando Dios decide advertir a Abraham del juicio a Sodoma y Gomorra argumenta: «Porque yo sé que mandará a sus hijos y a su casa después de sí, que guarden el camino de Jehová, haciendo justicia y juicio» (Gn 18:19). Este mandato dado por Abraham sigue intacto hasta hoy en todo creyente y, en ese sentido, por su fe y fidelidad «es padre de todos nosotros» (Ro 4:15) tal y como argumenta el apóstol.
2. El culto familiar
La familia pastoral es una familia cristiana más. Desempeña una función y servicio en la Iglesia, pero eso no la ubica con un tratamiento especial de Dios hacia ellos. Las mismas necesidades y dependencia de Dios que un miembro de la iglesia tiene para con Dios, las tiene un pastor, o la esposa de un pastor, o sus hijos. Es muy interesante como David, antes de su caída con Betsabé y pérdida de autoridad en el hogar, entendía la necesidad que su familia tenía de conocer a Dios. Después de la gran bendición y júbilo en Israel de haber llevado el arca a Jerusalén, «se fue todo el pueblo, cada uno a su casa» (1 S 6:19) y «volvió luego David para bendecir su casa» (1 S 6:20). David quería hacer partícipe de es gran día del Señor con todo su hogar. Es un error habitual en el hogar pastoral que solamente se vivan los problemas y tensiones ministeriales y, sin embargo, el regocijo, el aliento y el favor de Dios en el ministerio nunca se mencione en el hogar pastoral. David fue gozoso a su casa para bendecir a su familia. Es importante entender que esto implica guardar al hogar de asuntos ministeriales que son ajenos al entendimiento y llamado de la propia familia pastoral. Hay situaciones que se deben batallar espiritualmente y en Dios. Esto no implica hermetismo ministerial en el hogar, pero tampoco el hogar pastoral es el lugar de desahogo de frustraciones personales y ministeriales sin evaluar cómo afecta esto a todos los integrantes del hogar. «No erréis; las malas conversaciones corrompen las buenas costumbres» (1 Co 15:33).
3. El altar familiar
La consagración a Dios como familia es una necesidad para todo hogar cristiano y también para el hogar pastoral. Cuando Jacob comenzó a detectar que sus hijos estaban siendo influenciados por Canaán y la idolatría de sus habitantes, es llevado por Dios a edificar altar nuevamente en Betel, para consagrar su familia: «Entonces Jacob dijo a su familia y a todos los que con él estaban: Quitad los dioses ajenos que hay entre vosotros, y limpiaos, y mudad vuestros vestidos» (Gn 35:2). Betel había sido el lugar donde Dios había confirmado a Jacob la promesa dada a Isaac su padre y Abraham su abuelo. Pero ese lugar no había significado nada para su familia, Dios quería tener un Betel para las esposas e hijos de Jacob. No siempre la familia quiere acompañar a este grado de búsqueda de Dios a la persona llamada por Dios. Con todo, esto no impide que se deba proponer, incentivar, o al menos intentar. Job no tenía unos hijos ni esposa consagrados a Dios precisamente, con todo «enviaba y los santificaba, y se levantaba de mañana y ofrecía holocaustos conforme al número de todos ellos» (Job 1:5). No hay excusa posible en el ejercicio del ministerio para no levantar altar de consagración a Dios en el hogar.
4. Compartiendo el llamado
«Yo y mi casa serviremos a Jehová» (Jos 24:15). Esta es una clara declaración de intenciones. Es curioso que en la Biblia no se menciona qué hicieron los hijos de Josué en dicho servicio, ni siquiera se menciona sus nombres cuando él muere. De hecho, al comenzar Jueces es Otoniel, familiar de Caleb, el cual «el Espíritu de Jehová vino sobre él, y juzgó a Israel» (Jue 3:10). Alguien podría interpretar que Josué se refería a su tribu (Efraín) cuando dijo casa, sin embargo, la palabra hebrea bayit (H1004) significa no solamente el edificio donde vive una familia, sino también específicamente: hogar, familia. Este texto nos habla del compromiso de toda la familia de Josué a servir a Dios, aunque no necesariamente fuese un servicio público o relevante para el pueblo de Israel. Por eso el requisito a los pastores en Timoteo y Tito no es que los hijos sean grandes ministros, pero sí que entiendan que el llamado pastoral es para toda la familia en el grado del servicio y honra a Dios. Este principio lo tenía claro Josué, por eso «el pueblo había servido a Jehová todo el tiempo de Josué» (Jue 2:7).
5. Respetando el llamado
Del mismo modo y en sentido contrario, el punto anterior no implica que el hogar pastoral y los hijos de un pastor deban cargar el llamado de sus padres. La Biblia nos advierte que cuando se entiende el ministerio como una herencia familiar y no como un llamado espiritual las consecuencias son nefastas. (1) El sacerdote Elí tenía unos hijos que jamás debieron servir a Dios en ese estado: «Los hijos de Elí eran hombres impíos, y no tenían conocimiento de Jehová» (1 S 2:12) y fueron juzgados por Dios «porque Jehová había resuelto hacerlos morir» (1 S 2:25). A Samuel se le reclamó un rey para gobernar el pueblo porque «tú has envejecido, y tus hijos no andan en tus caminos» (1 S 8:5). Y el único motivo por el que Dios mantuvo intacto el linaje de David era para cumplir su promesa de que «su trono será estable eternamente» (2 S 7:16) en Cristo. De hecho, el linaje de Saúl es cambiado por Dios en David y las tribus del norte de Israel se suceden en diferentes familias y castas reales tras su división con el sur. El llamado no se hereda, se recibe: «Y él mismo constituyó a unos, apóstoles; a otros, profetas; a otros, evangelistas; a otros, pastores y maestros» (Ef 4:11). No es sano forzar al ministerio a ningún integrante del hogar pastoral. Esto no entra en conflicto con todo lo mencionado anteriormente que sí se debe brindar en un hogar pastoral. El padre de John G. Paton, James, era un miembro más de la pequeña iglesia de Dalswinton, en Escocia. Su hijo llegó a ser un gran misionero a los caníbales de islas de Oceanía. Nunca forzó el llamado de su hijo al ministerio, sin embargo, sí lo incentivó. Paton escribe acerca de su padre: «El mundo exterior no sabía de dónde provenía el gozo que resplandecía en el rostro de nuestro padre; pero nosotros sus hijos sí lo sabíamos; era el reflejo de la Presencia divina»[1] mientras narra cómo su padre iba al «santuario de nuestra humilde casa»[2], un pequeño cuartito de oración que con frecuencia ese hombre visitaba.
6. Testimonio y ejemplo
Como hijo de pastor y actualmente sirviendo a Dios como pastor, puedo decir que lo más importante para un niño nacido en un hogar pastoral es el testimonio de sus padres. Por testimonio no hablo de ser impecables, o infalibles. Por testimonio me refiero a ser capaz de afrontar los aciertos y los fracasos en Dios, glorificando a Dios y no a uno mismo y, desde luego, vivir lo que uno predica. Ser lo que uno dice. Creo que el principal daño que el ministerio produce en los hogares pastorales es la falta de testimonio e integridad. No digo que esta causa sea común para que el hogar pastoral caiga o se aleje de Dios. Puede haber otras muchas razones ajenas a la falta de testimonio. Pero, sí digo que es una de las razones principales del deterioro de la relación con Dios y entre la propia familia en muchos hogares pastorales. Por eso Pablo comienza con ser irreprensibles. Hasta tal punto es relevante el testimonio de un pastor que el requisito se extiende a todos, incluso los no creyentes o extraños: «buen testimonio de los de afuera» (1 Ti 3:7). Ahora, que error sería este requisito para los de afuera haga olvidar lo importante que es el testimonio para los de adentro. En este sentido el apóstol lo tiene claro cuando escribe a los corintios: «no sea que habiendo sido heraldo para otros, yo mismo venga a ser eliminado» (1 Co 9:27). Doddridge escribe referente al testimonio a los hijos: «Demostrémosles cada día cuán fácil, cuán agradable, cuán honroso y ventajoso es mantener un carácter justo, abierto y honesto».[3] El compromiso de Cristo en su ministerio no era hacia las multitudes, estas veían una pequeña parte de lo que Cristo era. Los principales privilegiados de ver quién era Jesús en esta tierra fueron sus discípulos, que compartían con él todos los días del día durante tres años y medio de ministerio. No es de extrañar que Juan escriba: «Y aquel Verbo fue hecho carne, y habitó entre nosotros (y vimos su gloria, gloria como del unigénito del Padre), lleno de gracia y de verdad» (Jn 1:14) y concluya en su evangelio: «Y hay también otras muchas cosas que hizo Jesús, las cuales si se escribieran una por una, pienso que ni aun en el mundo cabrían los libros que se habrían de escribir» (Jn 21:25). Esto no implica, que algunos de su familia creyeran en Jesús: «Porque ni aun sus hermanos creían en él» (Jn 7:5) como he dicho, la salvación es personal, pero sí implica que aún el testimonio de Jesús que sus hermanos no entendían en ese momento fue luz para al menos dos de ellos: Santiago y Judas, como acreditan en sus epístolas: «Santiago, siervo de Dios y del Señor Jesucristo» (Stg 1:1) y «Judas, siervo de Jesucristo, y hermano de Jacobo» (Jd 1:1). Independientemente de la incredulidad de sus hermanos durante su ministerio, la conclusión a la qu todos llegaban al ver hablar y obrar a Jesús era que «bien lo ha hecho todo» (Mr 7:37), por eso los religiosos judíos «buscaban testimonio contra Jesús, para entregarle a la muerte; pero no lo hallaban» (Mr 14:54). Un pastor debe guardar su testimonio porque es un requisito para su llamado, no para convencer a su familia de dicho llamado. El rey David, pastor del pueblo de Israel escribe: «Entenderé el camino de la perfección Cuando vengas a mí. En la integridad de mi corazón andaré en medio de mi casa» (Sal 101:2). Fue precisamente cuando la falta de integridad llegó a su casa por causa de su pecado que la espada jamás se apartó de su casa (2 S 12:10).
7. Pastor en la casa
Todos los requisitos aplicables al pastor para su congregación en 1 Timoteo 3 y Tito 1 son requisitos aplicables al pastor para su hogar. El apóstol no hace ninguna distinción al respecto, sino que da por hecho que el pastorear una congregación es acreditado por el testimonio de un pastor de saber pastorear su casa. El mismo amor, paciencia y misericordia reflejados en su tarea pastoral en la iglesia deben ser reflejados en su tarea pastoral en el hogar. La misma consideración, esfuerzo y empatía reflejados en su tarea pastoral en la iglesia también deben ser reflejados en su tarea pastoral en el hogar. Esto principalmente debe enfatizarse en el matrimonio pastoral, el punto de mayor desgaste en el ministerio. El motivo es sencillo «nadie aborreció jamás a su propia carne, sino que la sustenta y la cuida» (Ef 5:29). Descuidar esta área es descuidarse a sí mismo. Compartir de la Palabra, discipular, orar juntos, estar atento a las necesidades de cada uno de los miembros del hogar es parte de la tarea de un pastor. El pastor no deja de ser pastor porque se haya bajado del púlpito o se hayan apagado las luces de la iglesia, y no me refiero precisamente a su tarea pastoral para con la congregación que pastorea, que también, sino para con su familia. «Y ante todo, tened entre vosotros ferviente amor; porque el amor cubrirá multitud de pecados» (1 P 4:8). Como escribió Doolittle: «Si Dios es el Fundador, Dueño, Gobernador y Benefactor de las familias, que estas le adoren conjuntamente y oren a Él».[4]
CONCLUSIÓN
El ministerio pastoral no se limita a una congregación. El hogar pastoral debe estar impregnado de dicha tarea pastoral, siendo el lugar clave donde dicho ministerio se desarrolla con eficacia. La Palabra de Dios pauta diferentes requisitos para dicho ministerio, que deben ser recibidos como ayuda de parte de Dios para entender la relevancia del hogar en cualquier persona que ejerce el ministerio pastoral. Ser responsables a dicho llamado, fomentar el culto familiar y el altar familiar, compartir el llamado y respetar el llamado de cada integrante del hogar, ser testimonio y pastorear el propio hogar son los consejos presentados en este trabajo como pautas prácticas y tareas que todo pastor debe tener en cuenta en su ministerio y servicio a Dios.
BIBLIOGRAFÍA
Doolittle, Thomas. Una teología de la familia «Lo que Dios es para las familias». Editado por Jeff Pollard y Scott T. Brown. Florida: Chapel Library, 2018.
Doddridge, Philip. Una teología de la familia «Formación del carácter de los niños». Editado por Jeff Pollard y Scott T. Brown. Florida: Chapel Library, 2018.
Boyer, Orlando. Biografías de grandes cristianos. Florida: Editorial Vida, 2001.
[1] Orlando Boyer, Biografías de grandes cristianos (Florida: Editorial Vida, 2001), 163
[2] Orlando Boyer, Biografías de grandes cristianos (Florida: Editorial Vida, 2001), 162
[3] Philip Doddridge, Una teología de la familia «Formación del carácter de los niños», Ed. por Jeff Pollard y Scott T. Brown (Florida: Chapel Library, 2018), 228
[4] Thomas Doolittle, Una teología de la familia «Lo que Dios es para las familias», Ed. por Jeff Pollard y Scott T. Brown (Florida: Chapel Library, 2018), 37