Las Cinco Solas

Trayendo a la memoria la Reforma protestante

Las Cinco Solas - El corazón del Evangelio

La Reforma protestante no es solamente la base de la teología reformada, ni un mero acontecimiento histórico digno de estudio académico. Es un avivamiento espiritual que marcó un punto de no retorno entre la religión muerta y la fe viva; entre las obras humanas y la gracia divina; entre la tradición de los hombres y la Palabra de Dios. Fue el momento en que la Iglesia redescubrió el Evangelio puro, cuando las Escrituras volvieron a iluminar el corazón del pueblo de Dios.

No escribo estas líneas para abrir debates doctrinales, ni para mirar con nostalgia el pasado, sino para llamar nuestra atención hacia aquello que sigue siendo esencial para la fe cristiana hoy. No importa la denominación a la que pertenezcas, ni la tradición en la que hayas crecido, ni la iglesia a la que asistas: la verdad del Evangelio es una, y esa verdad fue redescubierta y proclamada en las cinco solas de la Reforma.

Aunque los reformadores no las formularon como un conjunto sistemático, las cinco solas resumen su defensa de la fe bíblica. En ellas hallamos el núcleo del cristianismo: la supremacía de la Palabra de Dios, la centralidad de Cristo, la gratuidad de la gracia, la necesidad de la fe y la finalidad de la gloria de Dios. Son, en efecto, el quinteto del Evangelio.

Si abrazas las cinco solas, abrazas el Evangelio de Jesucristo. Si vives las cinco solas, vivirás como Dios quiere que vivas. Todo verdadero creyente las confiesa, aunque quizá no las nombre. Pues sólo por medio de la Escritura (Sola Scriptura) sabemos que somos salvos por gracia (Sola Gratia), mediante la fe (Sola Fide) solamente en Cristo (Solus Christus), y todo ello para la gloria de Dios (Soli Deo Gloria).

Sola Scriptura - La Palabra de Dios como única autoridad

Históricamente, Sola Scriptura fue la chispa que encendió toda la Reforma. Martín Lutero no comenzó buscando fundar una nueva iglesia, sino que quiso someter la enseñanza eclesiástica a la autoridad de la Escritura. Su célebre declaración en la Dieta de Worms (1521): “Mi conciencia está cautiva a la Palabra de Dios”, resume el espíritu de esta doctrina: la Biblia, y no los concilios, las tradiciones o el papa, es la suprema norma de fe y conducta.

En la Edad Media, la Iglesia había colocado la Tradición y el Magisterio como fuentes de autoridad paralelas, y en la práctica, superiores a la Escritura. Los fieles, además, no tenían acceso directo a la Palabra, que se leía exclusivamente en latín. La Reforma cambió esto radicalmente: los reformadores tradujeron la Biblia al idioma del pueblo (Lutero al alemán, Tyndale al inglés, Casiodoro de Reina al castellano) y declararon que cada creyente, guiado por el Espíritu, podía y debía examinar las Escrituras por sí mismo.

Sola Scriptura no niega el valor del magisterio, la historia o la tradición, pero los subordina a la autoridad final de la Palabra inspirada. Fue la primera gran liberación espiritual de la Reforma: la Palabra de Dios volvió a ser el centro de la fe y la vida del pueblo de Dios. Las Escrituras son la revelación inspirada de Dios. El Espíritu Santo habló por medio de hombres escogidos para comunicar la verdad divina de forma clara, suficiente y necesaria.

Por eso afirmamos en nuestro credo:

Creo en la divina inspiración de las Sagradas Escrituras y, por lo tanto, en su credibilidad total, suprema autoridad y sabiduría en todo lo que atañe a la fe y a la conducta, siendo dichas Escrituras la única regla común, inerrante, clara, necesaria, suficiente y en armonía de todo conocimiento, fe y obediencia para salvación del ser humano.

Negar la autoridad de la Escritura es negar el señorío de Dios. Una persona que subordina la Biblia a una autoridad humana, filosófica o emocional, se aparta del medio por el cual Dios se revela para salvación. El Señor ha decidido revelarse por medio de la Palabra escrita, para que todos puedan acceder a su verdad de manera común y segura. Por la Palabra hablada fue creado todo (Gn 1:3; Jn 1:3), por la Palabra escrita Dios se revela de forma especial al hombre (He 1:1–3; 2 Ti 3:15–17), y por la Palabra encarnada Dios redime al pecador (Jn 1:14). Así, toda idea, pensamiento, emoción o propósito del creyente debe ser sometido al escrutinio de la Escritura, la cual “discierne los pensamientos y las intenciones del corazón” (He 4:12). La Biblia no es un libro entre otros; es la voz del Dios vivo que gobierna la mente, el alma y la vida del creyente.

Solus Christus - Cristo el único mediador y redentor

En el siglo XVI, la teología y práctica eclesial habían oscurecido la suficiencia de Cristo. Se habían multiplicado otros mediadores: sacerdotes, santos, la Virgen María, indulgencias, reliquias y sacramentos entendidos como canales automáticos de gracia. Cristo ya no era el único mediador, sino uno entre muchos.

Frente a ello, los reformadores afirmaron con fuerza que Cristo es suficiente, perfecto y exclusivo en su obra redentora. Lutero proclamó que la justicia que salva no se encuentra en nosotros, sino en Cristo y fuera de nosotros (extra nos). Calvino lo desarrolló como el munus triplex de Cristo, su triple oficio como Profeta, Sacerdote y Rey, mostrando que en Él están reunidas todas las funciones necesarias para nuestra salvación.

En Solus Christus confluyen todas las demás solas: la gracia proviene de Cristo, la fe se dirige a Cristo, la Escritura revela a Cristo, y la gloria pertenece a Cristo. Fue la confesión que liberó a la Iglesia de la mediación humana y la devolvió al único Mediador entre Dios y los hombres (1 Timoteo 2:5). Toda la Escritura apunta a Cristo porque toda revelación divina converge en Él. Jesús es el centro y fin de la historia de la redención, la manifestación suprema de la gracia y la verdad. Como Él mismo dijo: “Yo soy el camino, la verdad y la vida; nadie viene al Padre, sino por mí” (Jn 14:6).

En nuestro credo de iglesia afirmamos:

Creo en la promesa dada por Dios al ser humano para redimirlo de dicha condición pecaminosa y que el cumplimiento de dicha promesa fue en Jesucristo, el Hijo de Dios encarnado, en su sacrificio vicario como propiciación ante Dios para reconciliarnos con Él.

Creo que Jesucristo es el único fundamento suficiente de redención y salvación de la culpabilidad y del poder del pecado, así como de sus consecuencias eternas, siendo el único mediador entre Dios y el ser humano.

En Cristo no solo encontramos el perdón de nuestros pecados, sino también la justicia que nos es imputada y la vida que nos es comunicada. No hay otro nombre bajo el cielo dado a los hombres en el cual podamos ser salvos (Hch 4:12). Solus Christus es el corazón palpitante del Evangelio. Si Cristo no es suficiente, entonces el Evangelio no es Evangelio. Toda salvación fuera de Cristo es una ilusión falsa y toda esperanza fuera de Él es vana.

Sola Gratia - La gracia soberana de Dios

El conflicto entre Lutero y la teología escolástica giró en torno a una pregunta decisiva: “¿cómo se salva el hombre?” La Iglesia medieval enseñaba que la gracia de Dios cooperaba con los méritos humanos; el hombre debía “hacer lo que estuviera en su mano” (facere quod in se est) para recibir la gracia. Lutero, atormentado por su conciencia de pecado, descubrió en Romanos 1:17 que “el justo por la fe vivirá”. La salvación, entendió, no depende de nuestro esfuerzo, sino de la libre gracia de Dios.

En 1520 escribió La libertad del cristiano, donde afirmó: “El cristiano no necesita ninguna obra para justificarse, porque por la fe ha recibido la justicia de Cristo.” La gracia no solo inicia la salvación, sino que la sostiene y la consuma. Calvino, por su parte, desarrolló la doctrina de la gracia irresistible y de la elección soberana, subrayando que la salvación es completamente un acto de la voluntad divina.

Sola Gratia devolvió al creyente la seguridad de su salvación: ya no depende de sus méritos, sino del carácter inmutable de Dios. Esta verdad puso fin a siglos de esclavitud espiritual bajo el peso de las obras y las penitencias. Dios nos salva únicamente por su gracia, por el puro afecto de su voluntad y no por mérito alguno en nosotros. La raíz de nuestra salvación está en la voluntad eterna de Dios, no en nuestras obras. Él nos escogió en amor, nos llamó con poder y nos justificó por medio de Cristo. Todo procede de su favor inmerecido.

Nuestro credo lo expresa así:

Creo en la soberanía y gracia de Dios Padre, Dios Hijo y Dios Espíritu Santo en la creación, la providencia, la revelación, la redención y el juicio final (…) La justificación del pecador es solamente por la gracia de Dios.

Todo cuanto somos y poseemos es por gracia: existimos, respiramos, pensamos y servimos por gracia. No hay mérito humano en nuestra redención ni en nuestra vida cristiana. Como Pablo afirma: “Por gracia sois salvos por medio de la fe; y esto no de vosotros, pues es don de Dios” (Ef 2:8). Por gracia no solo somos perdonados, sino también transformados. Por eso, podemos decir: “por la gracia de Dios soy lo que soy” (1 Co 15:10).

Sola Fide - La fe que una al creyente con Cristo

La Sola Fide fue el corazón teológico de la Reforma y la causa de mayor controversia. Lutero la llamó “el artículo por el cual la Iglesia permanece o cae”. La doctrina católica enseñaba que la fe debía ser “formada por la caridad” (fides caritate formata), es decir, completada por las obras. Los reformadores, en cambio, enseñaron que la fe justifica sin las obras, aunque la fe verdadera necesariamente produce obras.

El descubrimiento de la justificación por la fe sola liberó a multitudes de la angustia espiritual. Lutero experimentó lo que llamó “las puertas del paraíso abiertas” al comprender que la justicia que Dios demanda es la misma justicia que Él otorga gratuitamente en Cristo. El pecador no contribuye nada; solo extiende su mano vacía a la fe.

Esta enseñanza fue sistematizada en los credos reformados, como la Confesión de Augsburgo (1530) y más tarde en la Confesión de Westminster (1647). Santiago y Pablo, lejos de contradecirse, muestran dos caras de la misma moneda: Pablo enseña cómo somos justificados ante Dios por la fe sola, y Santiago enseña cómo se demuestra esa justificación ante los hombres por las obras que la fe produce. ¿Cómo puede el pecador recibir esta gracia salvadora? Por medio de la fe. La fe es el medio, no la causa, por la cual somos unidos a Cristo y hechos partícipes de su justicia. No somos salvos por la fe en sí misma, sino por Cristo mediante la fe.

La justificación del pecador es solamente por la gracia de Dios, por medio del arrepentimiento de sus pecados y fe en la obra de Jesucristo crucificado y resucitado de los muertos para salvación.

La fe implica conocimiento, confianza y obediencia plena en Cristo. Es conocer al Salvador, descansar en su obra perfecta y vivir en obediencia fruto de esa confianza. No es una emoción pasajera ni una afirmación intelectual, sino una entrega del corazón al Salvador. “Sin fe es imposible agradar a Dios” (He 11:6).

Por la fe somos declarados justos, adoptados como hijos y llamados a vivir en comunión con el Hijo de Dios. La fe nos une a su muerte, nos hace partícipes de su vida y nos sostiene hasta el fin.

Soli Deo Gloria - El propósito supremo de toda la creación

El espíritu de la Reforma no fue simplemente doctrinal, sino profundamente doxológico. Todo lo anterior, la autoridad de la Escritura, la centralidad de Cristo, la gratuidad de la gracia y la justificación por la fe, desemboca en un mismo fin: la gloria exclusiva de Dios. En la Edad Media, la gloria de Dios se compartía con la Iglesia, los santos y las obras humanas. La Reforma restituyó la perspectiva bíblica: “De Él, por Él y para Él son todas las cosas” (Ro 11:36). La salvación no tiene otro propósito que manifestar la gloria de la gracia divina.

Esta convicción se reflejó en todos los ámbitos: en la liturgia reformada, centrada en la Palabra; en la predicación, que exaltaba a Cristo; en la ética del trabajo, que transformó la cultura occidental al entender toda vocación como un acto de adoración a Dios. El lema Soli Deo Gloria se convirtió en la firma espiritual de los reformadores y, siglos después, en el sello con el que compositores como Johann Sebastian Bach rubricaban sus partituras, reconociendo que toda belleza, arte y vida son para la gloria del Creador.

Así, Soli Deo Gloria fue y sigue siendo la síntesis de toda la Reforma: la redención es de Dios, por Dios y para Dios.

Si las cuatro primeras solas explican lo que Dios ha hecho por nosotros, Soli Deo Gloria proclama por qué lo ha hecho: para su gloria eterna. El ser humano fue creado para glorificar a Dios y gozar de Él para siempre. Sin embargo, el pecado nos hizo vivir para nuestra propia gloria. La redención restaura ese propósito perdido: vivir para Dios y exaltar su nombre en todo.

Nuestro credo lo expresa con solemnidad:

Creo en un solo Dios, el único viviente y verdadero. Existe por sí mismo, es infinito y eterno en su ser y perfecciones, todopoderoso, omnisciente y omnipresente. Solo Él es santo, inmutable, sabio, absoluto, soberano y que hace todas las cosas según el consejo de su propia voluntad y para su propia gloria, la cual no comparte y sólo Él merece.

El summum bonum, el bien supremo del ser humano, no es la felicidad, la riqueza ni el éxito, sino la gloria de Dios. Paradójicamente, el hombre encuentra su verdadera felicidad cuando busca glorificar a Dios. Como enseña Pablo: “Si, pues, coméis o bebéis, o hacéis otra cosa, hacedlo todo para la gloria de Dios” (1 Co 10:31). Toda la historia de la salvación, desde la elección eterna hasta la glorificación final, tiene un solo propósito: que Dios sea glorificado en Cristo Jesús.

Las cinco solas no son reliquias del siglo XVI, sino las columnas del cristianismo bíblico. No son un lema del pasado, sino una confesión viva para el presente. En ellas encontramos la voz de Dios que sigue llamando a su Iglesia a volver al Evangelio puro y a vivir para su gloria. Que cada palabra, cada obra y cada pensamiento de nuestra vida lleve esta firma invisible pero eterna: SDG

¡Soli Deo Gloria!

- Pr. David Gómez